10 de octubre de 2012

Vacances en la France: del 10 al 25 de agosto de 2012. Cuarta parte: Dinan, Saint-Malo y Saint Michel

Amanecía ya el día 11 de nuestro viaje. Después de unos cuantos días de paisajes y naturaleza en estado puro, llegaba el turno de las ciudades. Y es que nos esperaba la visita a dos de las más turísticas de Bretaña: Dinan y Saint-Malo.

Así que, tras un desayuno de esos memorables que nos pegamos en la furgo, nos dirijimos hacia Dinan, una pequeña ciudad situada al final del estuario del río Rance, famosa por su arquitectura medieval y sus riquísimos caramelos de mantequilla (muy parecidos a los caramelos de toffee), de los que algunos por aquí han dado buena cuenta...

Las calles típicas de Dinan
Y como no, igual que en el resto de Bretaña, toda la ciudad plagada de sus típicas creperies. En una de ellas, junto a la torre del reloj, repusimos fuerzas con un menú puro Bretón: crepe salada + crep dulce + sidra bretona.
Jarra y taza típicos para la sidra bretona, de la que ya nos estábamos haciendo adictos

Ribera del río Rance, en la parte baja de Dinan
Nos despedimos de Dinan, pero no de su hermoso río, ya que los próximos destinos estaban a uno y otro lado de su amplísima desembocadura: Dinard (en la orilla izquierda, y final de la "costa esmeralda") y Saint-Malo (en la orilla derecha). Tras una visita rápida a Dinard (pequeña ciudad famosas por sus balnearios y sus mansiones de la alta sociedad británica), cruzamos el estuario del Rance, justo por encima de la primera central maremotriz construida en el mundo (y que sigue actualmente en funcionamiento), en dirección a Saint-Malo.

Y aquí efectivamente nos dimos cuenta de lo turística que es esta ciudad, ya que casi desesperamos intentando aparcar. Al final la rojilla puedo entrar (por milímetros) en uno de esos parkings con limitación de altura que tanto le gustan a los franceses (gran invento el techo elevable de la furgo...) y nos dimos un precioso paseo por su impresionante ciudadela completamente fortificada. Su muralla circular, cuyo origen se remonta al siglo XIII (tiene más de dos kilómetros de largo y siete metros de espesor), rodea toda la ciudad y ofrece unas vistas espectaculares de ese mar que tanto significado tiene en la historia de la ciudad. Desde la Edad Media, navegantes, pescadores y corsarios, se refugiaron en esta estratégica posición y le dieron fama internacional. Paseando por su laberinto de calles empedradas, plagadas de tabernas y de rincones mágicos, no es difícil imaginarse aquellos tiempos de piratas y corsarios.
Vista desde el bastión suroeste de la muralla, con Dinard al fondo
Impresionante piscina artificial de agua salada, con las fortalezas de Grand Bé y Petit Bé al fondo

Otra vista desde la muralla, con el Cap Frehel al fondo (del que ya os contamos en la anterior entrada)!!

La muralla, con su defensa de troncos de madera contra el oleaje, y uno de los extremos del castillo de Saint-Malo

Y la vista más hermosa de todas
Otra sidrita de la zona, para reponer fuerzas...
La tarde pasó volando en un lugar tan especial como este. Pero teníamos que darnos prisa, porque queríamos acercarnos lo máximo posible a nuestro próximo destino: el Mont Saint Michel. Y es que, si turístico era Saint-Malo, mucho más este famoso monte-isla (uno de los lugares más visitados de toda Francia, aunque algunos no se lo crean...), así que queríamos visitarlo temprano a la mañana siguiente, para evitar aglomeraciones. Ya se estaba haciendo de noche, pero nuestra infinita curiosidad no nos permitió ir en línea recta, y nos acercamos a un pequeño pueblo de pescadores (Cancale), del cual habíamos leído que tenía una bonita vista de la bahía de Saint Michel. Lo que no podíamos imaginar es que veríamos una imagen tan impresionante del monte (a pesar de estar a muchos kilómetros de distancia). Apenas fueron unos minutos, pero el atardecer en aquel mirador fue uno de esos momentos realmente emocionantes del viaje:

Vista de la bahía y el monte de Saint Michel, desde Cancale


A partir de aquí, fuimos bordeando el mar, pidiendo al sol que se quedara un rato más, porque el paisaje era espectacular, y queríamos volver a ver el Mont Saint Michel un poco más de cerca con la suficiente luz. La carretera discurría por una inmensa llanura (que hace muchos años estuvo cubierta por el mar) hasta que se metió hacia el interior y perdimos de vista la impresionante roca. Nos ibamos acercando, pero seguíamos sin verlo. De repente, el GPS con su inconfundible "gire a la izquierda" nos metió por unas carreteras secundarias entre entre los pólders (tierras de labor ganadas al mar mediante diques construidos en el siglo XIX, como en Holanda!). Tras unos minutos volvió a surgir, casi como una aparición, la imagen del monte:

Una imagen poco común: el Mont Saint Michel entre las tierras de labor
Y ya un poquito más cerca, una imagen realmente especial para mí. Y es que una foto muy parecida a esta ocupó durante muchos años un hueco en la pared del salón de casa de mis padres. Una foto casi de noche, con la impresionante abadía que corona el monte ya iluminada, igual que ahora. Una imagen que está en mi recuerdo desde pequeño y que siempre me llamó mucho la atención, mágica, misteriosa, como de otra época. La misma que teníamos justo ante nuestros ojos:

Desde el pequeño puente sobre el río Couesnon, con las últimas luces del día, junto al pueblo de La Grève

Con estas impresionantes imágenes en la retina, era el momento de buscar sitio para dormir, y nos dirigimos al "aire de campingcar" de La Grève, justo al lado de donde estábamos. Aunque ya era de noche, cogimos las bicis, y nos dimos un paseo de reconocimiento por el pueblo, descubriendo que había un camino junto al río que llegaba hasta los pies del mágico monte. ¡Decidido, al día siguiente paseo en bici hasta Saint Michel!
Nuestro sitio en el "aire de campingcar", con las bicis preparadas...

Precioso paseo en bici hasta el Mont Saint Michel

Y por fin llegamos a los pies del dique que une el monte con tierra firme. El Mont Saint Michel (Patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde 1979) es una isla situada en la desembocadura del río Couesnon, coronada por una impresionante abadía, cuyo origen se remonta al siglo VIII (aunque la actual se construyó en el siglo X). Durante siglos, esta roca constituyó una fortaleza inexpugnable, ya que por tierra sólo se podía acceder con la marea baja. Actualmente hay una carretera que lo une a tierra firme. Pero ésta sólo se puede recorrer a pie o en autobuses urbanos, así que aparcamos nuestras bicis, y recorrimos ese tramo sin parar de hacer fotos y mirar por los prismáticos (gran regalo, hermano), eso sí, rodeados de turistas. Precisamente el turismo y esa carretera han causado un gran daño al entorno natural del monte, por lo que actualmente están realizando obras de dragado de la bahía y está prevista la sustitución de la carretera por un puente.

Vista del imponente monte desde el inicio de la carretera que lo une a tierra firme

Y es que una de las características más impresionantes de este lugar son sus mareas, las mayores de Europa, que hacen que el mar se retraiga hasta 15 kilómetros, dejando una inmensa zona arenosa que abarca toda la bahía. De hecho, la leyenda dice que toda la bahía era un enorme bosque, que fue engullido por el mar alrededor del siglo III. Las mareas y las crecidas de los ríos de la zona han ido cambiando completamente este curioso paisaje. Incluso en un mismo día, parece que estas en lugares diferentes. Realmente increíble.

Una vez en la isla, recorrimos sus calles... Bueno, realmente sólo tiene una calle plagada de tiendas de souvenirs y restaurantes. Turismo masificado y cutre, que, aún así, no consigue estropear la belleza y la magia del lugar. Siempre hacia arriba, llegamos hasta la abadía, que visitamos con nuestra correspondiente audioguía (ya no podía colgarme más cosas: prismáticos, cámara, audioguía...). Realmente interesante el recorrido por este enorme complejo, y preciosas las vista desde la abadía.


La Abadía de Saint Michel, encaramada en lo alto de la isla
Vista de la carretera de entrada al monte, desde la abadía.

Claustro de la abadía
Reponiendo fuerzas, antes de partir con La Rojilla...

Tras un precioso día, era el momento de seguir la ruta y adentrarnos en Normandía, con el objetivo puesto es sus históricas playas. Pero aún tuvimos tiempo, a lo largo de nuestro camino, para despedirnos varias veces de este impresionante lugar, de esta curiosidad de la naturaleza, que parece que nos quería perder de vista. Nosotros tampoco...
Vista del monte desde el cementerio de soldados alemanes de la II Guerra Mundial, de Mont de Huisnes
Bahía de Saint Michel con la marea baja, desde el extremo opuesto (Saint-Jean le Thomas). Impresionante paisaje.

(Publicado por Guillermo)

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